Martí: aproximaciones lingüísticas (V)

JUAN RAMÓN RODRÍGUEZ GÓMEZ
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GACETA DEL IDIOMA

Hoy, presento fragmentos de otro texto martiano, en el que se destaca un elemento muy significa­tivo, en cuanto a su preocupación por el buen uso del espa­ñol: la traducción, con sugerencias y recomendaciones que ojalá tu­vie­ran en cuenta todos los que se empeñan en ese quehacer.

Se trata de una carta que le escribió José Martí a María Mantilla, el 9 de abril de 1895, el mismo día en que se trasladaría, junto a un gru­­po de expedicionarios, desde sus escondites en Cabo Hai­tia­no, al vapor Nordstrand, para emprender la travesía hacia cos­tas cubanas e incorporarse a la guerra.

Resulta particularmente significativo pensar —y conocer— que esas líneas, cargadas de amor, sensibilidad humana y nobleza de espíritu, fueron escritas en momentos tan especiales. Así se expresó en una parte de la extensa misiva: "Tengo la vida a un lado de la mesa, y la muerte a otro, y un pueblo a las espal­das: —y ve cuántas páginas te escribo”. Dos días después, la expe­di­ción, encabezada por él y Gómez, desembarcaba por La Pla­yita, cerca de Cajobabo, en la actual provincia de Guantánamo.

En esta ocasión, me distancio un tanto del libro de Marlen Dominguez, y tomo el texto de la segunda edición de Cartas a María Mantilla, pu­blicada por la Editorial Gente Nueva en 2001.

A mi María

[...] Aquí te mando, en una hoja verde, el anuncio del perió­dico francés a que te suscribió De­llun­dé.

El Harper’s Young People no lo leíste, pero no era culpa tu­ya, sino del periódico, que traía cosas muy inventadas, que no se sienten ni se ven, y más palabras de las precisas. Este petit francais es claro y útil. Léelo y luego enseñarás. Enseñar, es cre­­cer. —Y por el correo te mando dos libros, y con ellos una ta­rea, [...].

Un libro es “L’Histoire Générale”, un libro muy corto, donde es­tá muy bien contada, y en lenguaje fácil y limpio, toda la his­to­ria del mundo, desde los tiempos más viejos, hasta lo que pien­san e inventan hoy los hombres. Son 180 sus páginas: yo quie­ro que tú traduzcas, en invierno o en verano, una página por día; pero traducida de modo que la entiendas, y de que la puedan entender los demás, porque mi deseo es que este libro de historia quede puesto por ti en español, de manera que se pueda imprimir, como libro de vender, a la vez que te sirva, a Car­mita y a ti, para entender, entero y corto el movimiento del mundo, y poderlo enseñar.

Tendrás, pues, que traducir el texto todo, con el resumen que va al fin de cada capítulo, y las pregun­tas que están al pie de cada página; pero como éstas son para ayudar al que lee a recordar lo que ha leído; y ayudar al maestro a preguntar, tú las traducirás de modo que al pie de cada página escrita sólo vayan las preguntas que correspon­den a esa página. El resumen lo traduces al acabar cada capí­tulo.

—La traducción ha de ser natural, para que parezca como si el libro hubiese sido escrito en la lengua a que lo traduces, —que en eso se conocen las buenas traducciones. En francés hay muchas palabras que no son necesarias en español. Se di­ce, —tú sabes— il est, cuando no hay él ninguno, sino para acom­pañar a es, porque en francés el verbo no va solo: y en español, la repetición de esas palabras de persona, —del yo y él y nosotros y ellos, delante del verbo, ni es necesaria ni es gra­ciosa.

Es bueno que al mismo tiempo que traduzcas, —aunque no por supuesto a la misma hora, —leas un libro escrito en cas­tellano útil y sencillo, para que tengas en el oído y en el pensa­miento la lengua en que escribes.

Yo no recuerdo, entre los que tú puedes tener a mano, nin­gún libro escrito en este español simple y puro. Yo quise escribir así en La Edad de Oro; para que los niños me entendiesen, y el lenguaje tuviera sentido y música.

Tal vez debas leer, mientras estés traduciendo, La Edad de Oro. —El francés de “L’Histoire Générale” es conciso y directo, como yo quiero que sea el castellano de tu traducción; de mo­do que debes imitarlo al traducir, y procurar usar sus mismas pa­labras, excepto cuando el modo de decir francés, cuando la frase francesa, sea diferente en castellano. —Tengo, por ejem­plo, en la página 19, en el párrafo no 6, esta frase delante de mí:        

“Les Grecs ont les premiers cherché á se rendre compte des choses du mon­de». —Por supuesto que no puedo traducir la fra­se así, palabra por palabra: —“Los Griegos han los primeros buscado a darse cuenta de las cosas del mundo”, —porque eso no tiene sentido en español. Yo traduciría: «Los grie­gos fueron los primeros que trataron de entender las cosas del mundo» Si digo: “Los griegos han tratado los primeros”, diré mal, porque no es español eso. Si sigo diciendo: “de darse cuen­ta”, digo mal también, porque eso tampoco es español. Ve, pues, el cui­dado con que hay que traducir, para que la tra­ducción pueda en­tenderse y resulte elegante, —y para que el libro no quede, como tantos libros traducidos, en la misma len­gua extraña en que estaba.

[...]

Y cuando tengas bien traducida “L’Historie Générale”, en le­tra clara, a renglones iguales y páginas de buen margen, no­bles y limpias ¿cómo no habrá quien imprima [...] este texto cla­ro y completo de la historia del hombre, mejor, y más atrac­tivo y ameno, que todos los libros de enseñar historia que hay en castellano?

[...]

Cabo Haitiano, 9 de abril, 1895

 

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Gacetilla ortográfica

Gacetilla ortográfica

Tomada de La lengua que nos une, TSP, La Habana, 2018, p. 128,

a partir de Ministerio de Educación: Cuaderno de ortografía 1,

Editora el habanero, La Habana, 2000.[1]

Existen adjetivos que forman el superlativo absoluto con la terminación -érrimo(a). Ejemplo: ce­­lebérrimo, paupérrimo, acérrimo, integérrimo. Sin embargo, estos superla­ti­vos irre­gu­­lares son, hoy en día, rechazados incluso por los hablantes que emplean la norma cul­ta, y se va haciendo familiar su uso con el sufijo ísimo y, por supuesto, con el mor­fe­ma de gradación muy. Sí podemos encontrarlos en textos literarios.

Existen, también, adjetivos a los que no se añade nunca el sufijo -ísimo, pues afectaría la sucesión armoniosa de los sonidos en la palabra. Ejemplos: pacífico, cortés, brutal, tardío; y, además, pueden ser rechazados por la propia significación de la palabra, co­mo en idóneo, encantador, etc.

Nos «vemos».


[1] Ambas fuentes están directamente interrelacionadas, pues el autor de la primera (este gacetero) es quien asumió la edición-corrección de la segunda.

 

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