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(Versiones Taquigráficas - Presidencia de la República)
Querido General de Ejército Raúl Castro Ruz, líder de la Revolución Cubana;
Queridos compañeros de la generación histórica del proceso revolucionario y fundadores del Partido Comunista de Cuba;
Miembros del Buró Político y del Secretariado del Comité Central del Partido Comunista de Cuba;
Miembros del Comité Central del Partido Comunista de Cuba;
Delegadas y delegados;
Compañeras y compañeros:
El Octavo Congreso concluye y no dudo en calificarlo como histórico. Es un hecho.
Al margen de nuestras emociones y sentimientos por la historia viva y el liderazgo invicto de los que hoy traspasan responsabilidades y obra a nuestra generación, hay una trascendencia imposible de soslayar:
La Generación del Centenario del Apóstol, guiada por Fidel y Raúl a lo largo de más de seis intensas décadas, puede declarar hoy, con dignidad y orgullo, que la Revolución Socialista que hicieron a solo 90 millas del poderoso imperio, está viva, actuante y firme, en medio del vendaval que estremece a un mundo más desigual e injusto, después del derrumbe del sistema socialista mundial.
Y esa generación puede decir mucho más. Puede afirmar que la Revolución no termina con ella, porque logró formar nuevas generaciones igualmente comprometidas con los ideales de justicia social que tanta sangre ha costado, de los mejores hijos de la nación cubana.
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Lo que recibimos hoy no son cargos y tareas. No es solo la conducción de un país. Lo que tenemos delante, desafiándonos continuamente, es una obra heroica, descomunal.
Es el osado alzamiento de Céspedes, es la vergüenza imbatible de Agramonte, es la digna intransigencia de Maceo, es la astucia impresionante de Gómez, es el empuje libertario de los cimarrones, es la pasión de los poetas de la guerra, es la fiereza de Mariana en la manigua y es la luz inspiradora de Martí.
Es la fundadora juventud de Mella, los versos tremendos de Villena, el antimperialismo radical de Guiteras, la entrega absoluta de la Generación del Centenario, Haydée y Melba tras los barrotes, Vilma desafiando a los represores, Celia organizando la Comandancia de la Sierra, las madres cubanas enfrentando a la dictadura que asesinaba a sus hijos; el pelotón femenino de la Sierra, la fidelidad sin límites de Camilo, el legado universal del Che, el liderazgo profundo y creador de Fidel, la Continuidad sostenida por Raúl.
Es la Gran Rebelión, la clandestinidad, los frentes guerrilleros, la Contraofensiva estratégica, la invasión a Occidente, las batallas decisivas, la entrada triunfal a La Habana, la Reforma Agraria, la Alfabetización, la lucha contra bandidos, las milicias, la Victoria de Girón, la Crisis de Octubre, la colaboración internacionalista en África, Asia y América Latina, la guerrilla del Che, hasta la sangre por Vietnam, por Angola, por Etiopía, por Nicaragua, las brigadas médicas, Elián González, Los Cinco, la ELAM, la Operación Milagro, el ALBA, el contingente Henry Reeve, la Ciencia, la Medicina, la Cultura, el deporte de alto rendimiento, las Universidades, y la solidaridad humana refundada en esta tierra.
Lo que nos une es tanto, que la lista estará siempre incompleta, pero puede dar idea del gran monumento que el pueblo cubano ha levantado en más de 150 años de lucha.
Esa historia se puede resumir en dos palabras: Pueblo y Unidad, que es decir Partido. Porque el Partido Comunista de Cuba, que nunca ha sido un partido electoral, no nació de la fractura. Nació de la Unidad de todas las fuerzas políticas con ideales profundamente humanistas que se habían fogueado en la lucha por cambiar a un país desigual e injusto, dependiente de una potencia extranjera y bajo el yugo de una tiranía militar sangrienta.
Hoy decimos Somos Cuba, Cuba Viva y suena sencillo y fácil, pero qué difícil ha sido alcanzar y mantener la soberanía y la independencia, en medio del cerco más feroz.
La generación histórica, consciente de su rol en esa creación heroica que es cada día de la Revolución Cubana frente a la multidimensional guerra
permanente que le hace su más cercano vecino, trabajó siempre en la formación de las nuevas generaciones y ha facilitado el paulatino traspaso de las principales responsabilidades de dirección.
Gracias a esa paciente labor de años, hoy se verifica aquí un hito en nuestra historia política, que define al Octavo Congreso como el Congreso de la Continuidad. Y el principal abanderado de ese proceso ha sido el compañero General de Ejército Raúl Castro Ruz (Aplausos).
Cuando asumí como Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros en el año 2018, quise expresar en mi discurso los sentimientos de muchos de nosotros y reconocer su labor al frente de la Revolución y el Partido.
Con su proverbial modestia, me pidió suprimir algunas de las palabras que sobre él deseé exponer entonces. Hoy, abusando de la responsabilidad que asumo al frente del Partido y con más conocimiento de causa, debido a nuestra entrañable compenetración en el abordaje de los temas y tareas estratégicas del país, al vivir en primera persona el modo en que ha conducido nuestra preparación, quiero decir, para hacer justicia histórica, lo que en aquel momento escribí y por disciplina callé.
El compañero Raúl, quien ha preparado, conducido, liderado este proceso de continuidad generacional con tenacidad, sin apego a cargos y responsabilidades, con elevado sentido del deber y del momento histórico, con serenidad, madurez, confianza, firmeza revolucionaria, con altruismo y modestia, por mérito propio, por legitimidad y porque Cuba lo necesita, será consultado sobre las decisiones estratégicas de mayor peso para el destino de la nación (Aplausos). Estará siempre presente, bien al tanto de todo, combatiendo con energía, aportando ideas y propósitos a la causa revolucionaria, a través de sus consejos, su orientación y su alerta ante cualquier error o deficiencia, presto a enfrentar al imperialismo como el primero con su fusil en la vanguardia del combate.
El General de Ejército continuará presente porque es un referente para cualquier comunista y revolucionario cubano. Raúl, como cariñosamente le llama nuestro pueblo, es el mejor discípulo de Fidel, pero también ha aportado innumerables valores a la ética revolucionaria, a la labor partidista y al perfeccionamiento del gobierno.
La obra emprendida bajo su liderazgo al frente del país en la última década es colosal. Su legado de resistencia ante las amenazas y agresiones y en la búsqueda del perfeccionamiento de nuestra sociedad es paradigmático.
Asumió la dirección del país en una difícil coyuntura económica y social. En su dimensión de estadista, forjando consenso ha encabezado, impulsado y estimulado profundos y necesarios cambios estructurales y conceptuales como parte del proceso de perfeccionamiento y actualización del modelo económico y social cubano.
Raúl fue capaz de lograr la renegociación de una enorme deuda defendiendo con honestidad y respeto la palabra empeñada y el principio de que la nación honraría sus compromisos con los acreedores, lo cual fortaleció la confianza hacia Cuba.
Con sabiduría condujo el debate que culminó en una trascendental actualización de la Ley Migratoria, impulsó transformaciones en el sector agropecuario, promovió sin prejuicios la ampliación de las formas de gestión del sector no estatal de la economía, la aprobación de una nueva Ley de Inversión Extranjera, la creación de la Zona Especial de Desarrollo Mariel, la eliminación de trabas para el fortalecimiento de la empresa estatal cubana, las inversiones en el sector turístico, el programa de informatización de la sociedad y el mantenimiento y perfeccionamiento, hasta donde ha sido posible, de nuestras conquistas sociales.
Con paciencia e inteligencia, Raúl logró la liberación de nuestros Cinco Héroes, cumpliéndose así la promesa de Fidel de que volverían.
Ha signado con su estilo una amplia y dinámica actividad en las relaciones exteriores del país. Con firmeza, dignidad y temple dirigió personalmente el proceso de conversaciones y negociaciones que tuvieron como fin el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos.
Las indudables cualidades de Raúl como estadista, como defensor de la integración latinoamericana, distinguieron de manera especial el periodo de Cuba en la presidencia pro tempore de la Celac. Su legado más importante, la defensa de la unidad dentro de la diversidad, condujo a la declaración de la región como Zona de Paz y contribuyó de manera decisiva a las conversaciones para la paz en Colombia.
Raúl ha defendido como nadie los derechos de los países caribeños y en particular los de Haití en los foros internacionales. Con profundo orgullo, los cubanos escuchamos su voz emocionada y su discurso preciso en la Cumbre de Las Américas en Panamá, donde recordó la verdadera historia de Nuestra América.
Estas realizaciones las condujo mientras enfrentaba la enfermedad y la muerte de su amada compañera de vida y de luchas, nuestra extraordinaria Vilma (Aplausos), con quien compartió la pasión por la Revolución y fundó una hermosa familia. También sufrió en ese periodo la enfermedad y el fallecimiento de su principal referente en la vida revolucionaria, además de su jefe y hermano, el compañero Fidel, a quien ha sido leal hasta las últimas consecuencias (Aplausos).
Al dolor humano antepuso el valor revolucionario y el sentido del deber. Besó la urna que guarda las cenizas de Vilma y saludó militarmente la piedra con el nombre de Fidel y dirigió el país sin descanso, con acierto, con ímpetu, con devoción. Sus aportes a la Revolución son trascendentes.
Ese Raúl que conocemos, admiramos, respetamos y queremos, debutó en la política como el abanderado de un grupo de jóvenes universitarios que en abril de 1952 enterraron simbólicamente la Constitución del 40, humillada por el golpe de Estado del 10 de marzo; en enero de 1953 fue uno de los fundadores de la Marcha de las Antorchas y en marzo del mismo año acudió a la Conferencia Internacional sobre los Derechos de la Juventud y a la preparación del Cuarto Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. A su regreso, se convirtió en uno de los asaltantes al Moncada, donde se hizo Jefe en el combate; luego cumplió prisión en Isla de Pinos, participó en la preparación de la lucha contra la tiranía de Batista durante el exilio en México, desembarcó en el Granma, se reencontró con Fidel en Cinco Palmas, emprendió la contienda en la Sierra Maestra; por méritos y valor fue ascendido a Comandante y de ejemplar manera fundó el II Frente Oriental Frank País.
Es también el dirigente político que ha promovido el debate para el
perfeccionamiento de la labor partidista, exigiendo siempre un fuerte vínculo con el pueblo, con el oído pegado a la tierra. A él debemos frases y decisiones determinantes en momentos cruciales para el país, como aquella advertencia de que los “frijoles son tan importantes como los cañones” y el emblemático “Sí se puede”, que levantó los ánimos nacionales en el momento más oscuro del Periodo Especial.
El jefe militar del II Frente Oriental que, en plena guerra de liberación, desarrolló experiencias organizativas y de gobierno en bien de la población, que serían después multiplicadas en todo el país al triunfo revolucionario, dirigió durante casi medio siglo el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, cuyo aporte a la independencia de Angola, de Namibia y al fin del apartheid fueron decisivos. Al mismo tiempo, propició que se alcanzaran resultados relevantes en la preparación del país para la defensa y en el desarrollo de la concepción estratégica de la Guerra de Todo el Pueblo. Bajo su mando, las Fuerzas Armadas Revolucionarias se convirtieron en el más
disciplinado y eficiente órgano de la administración del Estado, se desarrollaron experiencias que posteriormente sirvieron al país, como el Perfeccionamiento Empresarial con valiosos conceptos de la administración, la sostenibilidad, la eficiencia y el control, del cual nació el Sistema Empresarial de las FAR que ha alcanzado notables resultados que tributan a la economía del país.
El Raúl guerrillero, en contacto y alianza permanente con la naturaleza, adquirió una sensibilidad especial sobre los temas medioambientales, que más tarde marcarían su empeño en impulsar el programa hidráulico de trasvases y la Tarea Vida.
El Comandante en Jefe de la Revolución Cubana, quien puso en el pecho del General de Ejército las condecoraciones más altas, dedicó a su labor como dirigente las palabras exactas durante la clausura del V Congreso del Partido. Hablando de su hermano de sangre y de ideas, Fidel dijo: “La vida nos ha deparado muchas satisfacciones y muchas emociones, mucha suerte, y digo realmente que ha sido una suerte para nuestro Partido, nuestra Revolución y para mí que hayamos podido disponer de un compañero como Raúl, de cuyos méritos no tengo que hablar, de cuya experiencia, capacidad y aportes a la Revolución no es necesario hablar. Es conocido por su actividad infatigable, su trabajo constante y metódico en las fuerzas armadas, en el Partido. Es una suerte que tengamos eso” (Aplausos). Esa suerte, descrita por Fidel, se llama Raúl Modesto Castro Ruz (Aplausos).
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Compañeras y compañeros:
Este Congreso, con su amplio y crítico debate, defendiendo la visión integral de continuidad, ha aportado ideas, conceptos y directrices que trazan la guía para avanzar resistiendo. Pero es imprescindible enfrentar ese desafío con el mayor conocimiento posible del complejo contexto nacional e internacional, conscientes de que el mundo cambió de un modo dramático y hay demasiadas puertas cerradas para las naciones de menos recursos y muchas más para quienes nos empeñamos en ser soberanos.
La alta concentración, diversidad y complejidad de los medios de comunicación actuales, de las herramientas tecnológicas que sustentan las redes digitales y de los recursos empleados en la generación de contenidos, permiten a grupos poderosos —fundamentalmente desde los países altamente desarrollados—, convertir en patrones universales ideas, gustos, emociones y corrientes ideológicas, muchas veces completamente ajenas al contexto que impactan. Para estos hechiceros de la comunicación, la verdad no solo es negociable sino peor aún: prescindible. A través de la diseminación de matrices mentirosas, manipulaciones e infamias de todo tipo, contribuyen a promover la inestabilidad política en el intento de derrocar gobiernos, allí donde no se ha logrado quebrar la voluntad de una nación libre e independiente.
Ningún pueblo está a salvo de la mentira y de la calumnia en la era de la “posverdad”. Es una realidad que Cuba enfrenta todos los días, mientras persiste en su voluntad de construir una sociedad más justa, soberana y socialista, en paz con el resto del mundo y sin interferencias o tutelas extranjeras.
En el Informe Central se expusieron con franqueza varios de los desafíos específicos que enfrenta nuestro país, en particular los asociados a los intentos de dominación y hegemonía del imperialismo estadounidense y el brutal bloqueo, cuyo impacto extraterritorial nos golpea en casi todos los frentes y en los últimos cuatro años escaló a niveles cualitativamente más agresivos.
Nadie con un mínimo de honestidad y con datos económicos que son de dominio público puede desconocer que ese cerco constituye el principal
obstáculo para el desarrollo de nuestro país y para avanzar en la búsqueda de la prosperidad y el bienestar. Al ratificar esta verdad, no se intenta ocultar las insuficiencias de nuestra propia realidad, sobre lo que hemos abundado bastante. Se trata de responder a los que con
cinismo difunden la idea de que el bloqueo no existe.
El bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos a Cuba por más de 60 años, arreciado oportunista y vilmente en los periodos de mayor crisis de las últimas tres décadas, para que el hambre y la miseria provoquen un estallido social que socave la legitimidad de la Revolución, es la más larga afrenta sostenida en el tiempo, contra los derechos humanos de un pueblo y constituye, por sus efectos, un crimen de lesa humanidad.
Esta transgresión histórica permanecerá indeleble en la conciencia y el corazón de las cubanas y cubanos que hemos sentido en carne propia el ensañamiento desproporcionado de un enemigo muchas veces superior, que no acepta la construcción en sus narices de una alternativa de sociedad más justa y equitativa, fundada en principios sólidos y en ideales de justicia social y solidaridad humana, con la independencia y la soberanía como brújula y sostén fundamental de nuestras decisiones.
Que nadie ose quitarle al bloqueo ni un adarme de culpa de nuestros principales problemas. Hacerlo sería negar los inmerecidos poderes del imperio: su dominio casi absoluto de los mercados globales y las finanzas y la determinante influencia en la política de otros gobiernos, algunos de los cuales, creyendo ser socios, actúan como secuaces.
Hay que decirlo una y otra vez sin temor a repetirnos. Primero deben cansarse ellos de tan largo como inútil crimen. Nuestro reclamo a que se le ponga fin es y será sin tregua, en lucha incesante mientras permanezca vigente esa política despiadada y genocida. Sabemos que contamos con el apoyo de la comunidad internacional, ratificado en innumerables ocasiones, y de gran parte de los cubanos en el exterior.
Hasta el día de hoy permanecen en vigor las 242 medidas de agresión impulsadas por el gobierno de Donald Trump, a las que se suman las acciones resultantes de la reinclusión de Cuba en la espuria y arbitraria lista del Departamento de Estado sobre países que supuestamente patrocinan el terrorismo. Ningún funcionario estadounidense y ningún político de ese u otro país puede afirmar sin faltar a la verdad que Cuba patrocina el terrorismo. Somos un país víctima del terrorismo, organizado, financiado y ejecutado en la mayoría de los casos desde los Estados Unidos.
Continúan las campañas de subversión e intoxicación ideológica promovidas por agencias y entidades de los Estados Unidos, dirigidas a desprestigiar a Cuba, a calumniar la Revolución, a tratar de confundir al pueblo, a fomentar el desánimo, la desidia, la inconformidad, exacerbando las contradicciones internas. Están concebidas para aprovecharse de la escasez material incuestionable, de las dificultades que enfrenta nuestra población, como consecuencia del efecto combinado de la crisis económica global, la pandemia de la COVID-19 y del reforzamiento del bloqueo económico.
Se dice que Cuba no es una prioridad para los Estados Unidos, y como nación soberana no tendría por qué serlo. Valdría la pena cuestionarse: ¿Por qué existen entonces legislaciones
específicas, como la Ley Torricelli o la Helms-Burton —por solo mencionar dos ejemplos—, cuyo propósito es agredir y tratar de controlar el destino de Cuba desde la coacción a terceros que establezcan o pretendan establecer vínculos comerciales o de cooperación? ¿Por qué los Estados Unidos dedican cientos de millones de dólares a tratar de subvertir el orden constitucional cubano? ¿Por qué emplean tanto tiempo y recursos en tratar de socavar la conciencia nacional de las cubanas y los cubanos? ¿Qué justifica una guerra económica cruel e incesante durante más de 60 años? ¿Por qué pagan el precio del aislamiento internacional, evidenciado en las Naciones Unidas y en otros foros internacionales, al mantener una política moral y legalmente insostenible?
Nuestra aspiración es a vivir en paz y relacionarnos con nuestro vecino del Norte como lo hacemos con el resto de la comunidad internacional, sobre bases de igualdad y respeto mutuos, sin injerencias de ninguna índole. Es la posición del Partido y del Estado. Es la voluntad de nuestro pueblo.
Resulta llamativo que el Gobierno de Estados Unidos declare como prioridades de su política exterior la lucha contra el cambio climático; el enfrentamiento a las amenazas de salud, como la pandemia de la COVID-19; la promoción de los derechos humanos, y los temas migratorios. Es algo que contrasta con la conducta real de ese país y su trayectoria histórica, tanto en política interna como externa. Los ejemplos son conocidos.
Paradójicamente, estas cuatro cuestiones constituyen áreas en las que el interés de ambos pueblos y el beneficio mutuo justificarían explorar las posibilidades de cooperación bilateral, si verdaderamente se busca solución a problemas tan complejos, con honestidad y ánimo de alcanzar resultados.
En estos tiempos de incertidumbre mundial, de enorme desafío medioambiental, bajo el embate de una pandemia que ha reconfigurado el comportamiento del mundo y que agudiza la crisis global que se nos venía encima, la labor partidista estará centrada en la defensa de la Revolución. El Partido conduce la política exterior de la Revolución Cubana, que descansa en la noción de que un mundo mejor es posible y que para luchar por él se requiere del concurso de muchos y de la movilización de los pueblos.
Esa ha sido una guía constante de nuestro desempeño internacional y la confirmamos en este Congreso.
Expresamos la voluntad de desarrollar relaciones de amistad y de cooperación con cualquier país del mundo, nos satisface practicar la solidaridad internacionalista aun en países cuya ideología gubernamental no compartimos. Ratificamos la determinación de exponer las verdades con claridad, por mucho que molesten a algunos, de defender principios, de acompañar las causas justas, de enfrentarnos a los atropellos, como nos enfrentamos a la agresión extranjera, al colonialismo, al racismo y al apartheid.
Es la base de nuestra aspiración a la plena independencia de Nuestra América y del empeño en ayudar a lograr una región económica y socialmente integrada, capaz de defender el compromiso de América Latina y el Caribe como Zona de Paz.
Es la política exterior descrita en el Informe Central del Congreso y que ratificamos hoy.
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Compañeras y compañeros:
Ha sido muy difícil resistir y enfrentar la actual situación, que ralentiza nuestros pasos hacia la prosperidad deseada. No hemos dejado de atender las demandas y necesidades del pueblo, argumentando cada decisión, convocando y emprendiendo procesos, con acciones y medidas complejas, pero lo cierto es que no siempre se ha logrado comprensión y éxito.
Lo digo sin queja. En una Revolución auténtica la victoria es el aprendizaje. No marchamos sobre una ruta probada. Estamos desafiados a innovar constantemente, cambiando todo lo que deba ser cambiado, sin renunciar a nuestros más firmes principios. Sin apartarnos jamás del concepto Revolución que nos legó el líder invicto de esta proeza, pero libres de ataduras rígidas y conscientes de los posibles equívocos que entraña hacer camino al andar.
El General de Ejército citaba en el Informe Central las aportadoras experiencias de China y Vietnam, con progresos innegables en la economía y el nivel de vida de sus poblaciones. Ambos procesos, que confirman las elevadas potencialidades de la planificación socialista, sufrieron más de una corrección en el camino, aunque el bloqueo a sus economías duró menos tiempo y ha sido menos agresivo.
El trabajo del Partido en las circunstancias actuales ha sido y seguirá siendo fundamental. No es posible imaginar este momento sin la labor de la vanguardia política, pero nuestra organización está urgida de cambios en su estilo de trabajo, más acordes con esta época y sus desafíos.
El Partido Comunista de Cuba continuará en el reconocimiento y defensa de nuestras esencias: la independencia, la soberanía, la democracia socialista, la paz, la eficiencia económica, la seguridad y las conquistas de justicia social: ¡el Socialismo! A ellas sumamos la lucha por una prosperidad que abarque desde la alimentación hasta la recreación, que incluya el desarrollo científico, una riqueza espiritual superior, el bienestar, y que empodere el diseño de lo funcional y lo bello.
Vale la pena defender el socialismo porque es la respuesta a la necesidad de un mundo más justo, equitativo, equilibrado e inclusivo; es la posibilidad real de diseñar con inteligencia y sensibilidad un espacio donde caben todos y no solo los que tienen los recursos. Apunta como ningún otro sistema a concretar el afán martiano de conquistar toda la justicia.
La fuerza principal para lograr tal propósito es la unidad, todo lo que nos une: los sueños, las preocupaciones, pero también las angustias ante peligros comunes. Defenderemos esa unidad, sin discriminar, sin dar espacio a prejuicios, dogmas o encasillamientos que dividen injustamente a las personas.
Un elemento indispensable para sostener esa unidad que se forja desde el Partido, es la ejemplaridad de la militancia, lo que exige de cada militante una actitud pública que, desde la capacidad, la entrega, los resultados, despierte admiración y respeto en un pueblo con aguda percepción, capaz de reconocer a distancia el falso compromiso y la doble moral.
La continuidad generacional es parte fundamental de esa unidad. Es preciso hablar y compartir realizaciones con nuestros jóvenes como las más importantes personas que son; distinguirlos como gestores de las trasformaciones en marcha. En ellos está la fuerza, la disposición y decisión, la sinceridad para cualquier emprendimiento o aporte revolucionario que la situación demande. En el clímax de la pandemia lo han demostrado con arrojo y responsabilidad.
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