El buen juez

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juez de ejecución
mérito judicial

Recientemente, en el teatro José Martí de la capital cubana, el pinareño Carlos Moya Ramírez recibió la Medalla al Mérito Judicial, la más alta distinción que se confiere a los juristas en la Isla.

Fue un tributo a los 35 años que ha dedicado a su difícil profesión de juez, a las largas jornadas que ha vivido en el Tribunal Provincial Popular (TPP) de Pinar de Pinar del Río decidiendo sobre el bien más preciado de los hombres: su libertad.

Mientras le entregaban este reconocimiento pensó acaso en los primeros días de laboreo en la Sala Territorial Penal de Sandino, donde lo recibieron con un montón de causas, a él, que ni siquiera había ojeado un expediente antes.

“Eran aquellos años del periodo especial en que escaseaba el transporte y los juicios se desarrollaban próximos a los lugares de los hechos, para que las personas no tuvieran que trasladarse desde tan lejos”, relata.

“Me preguntaban reiteradamente: ‘Oye, Moya, ¿cuándo tú vas a hacer el primer juicio?’. Sí, porque me tomé un mes completo ensayándolo todo como aquel que se dispone a dirigir un teatro. Cada cosa tenía su tiempo: Estaba la introducción para llamar al orden; luego me tocaba decidir a quién daba la palabra primero, a quién después, cuándo sería el turno del abogado, cuándo hablaría el fiscal, qué preguntaría a los testigos...

“De a poco me fui habituando y ese hábito me ayudó a trabajar con soltura; pero la primera vez que me senté con una toga en un estrado, me atemorizó el peso tremendo de mi responsabilidad”.

Carlos se mantiene serio y reservado todo el tiempo de la entrevista. No es muy devoto a los homenajes públicos.

“Prefiero el anonimato”, advierte. Tiene 70 años y labora aún como juez profesional en la Sala Segunda de lo Penal del TPP.

“Mi trabajo actual se centra en los beneficios a que tienen derecho los sancionados, ya sea excarcelación, rectificación de las sanciones, licencias extrapenales, libertades condicionales y suspensiones del trabajo correccional con internamiento. Cuando el recluso sale de prisión lo trasladamos al juez de ejecución que radica en los tribunales municipales. El objetivo es que se reinserte a la sociedad y reconstruya su vida como un trabajador más.

“Esta profesión nos enseña mucho desde el punto de vista humano. Diariamente conocemos de situaciones que ocurren en nuestra ciudad y nos preguntamos: ¿Cómo puede alguien actuar de este modo? ¿Qué resortes lo impulsaron a proceder así? En el acto de excarcelación se les trae a este sitio, el mismo donde fueron juzgados, y se conversa con ellos. Algunos aprovechan la oportunidad que se les da, otros no; pero uno trata de llevarles todo lo bueno”.

Por petición de nuestro equipo de prensa, Carlos nos lleva a conocer el salón más importante de la Audiencia, como llamamos los pinareños al edificio que ocupa el TPP.

Es un lugar hermoso. La luz es magia sobre los vitrales y el tiempo parece suspendido en el maderamen de los muebles; pero no creo ni cree Carlos, que los espectadores de un juicio noten estas cosas en medio de su angustia y su espera.

“Siempre te queda el sinsabor de si habrás hecho lo correcto. Te lo preguntas incluso cuando reposas la cabeza sobre la almohada. Apenas tienes vacaciones, o sí, pero debes acabar una sentencia en un término de tiempo, porque todo aquí es por término y al final no disfrutas los días libres. Hay personas que no se ajustan a esta vida, pero puedo asegurarte que es una carrera muy bonita”, comenta.

Orestes Raúl Cabrera Villar, presidente de la Sala Primera de lo Penal, habla con aprecio sincero de su colega. Dice haber aprendido de este auténticas lecciones de ética profesional.

“Es un ejemplo para las jóvenes generaciones de jueces que integramos el sistema de tribunales. Admiro su consagración al trabajo; pero, sobre todo, lo buen amigo y el padre entregado que es”, asevera.

Cuando pregunto a Carlos por sus aficiones fuera del juzgado, no menciona ninguna. Apunta únicamente que disfruta de la tranquilidad de su hogar y de la compañía de sus hijos.

“Los dos le dan vueltas al viejo y esos son mis momentos de mayor alegría”, confiesa.

Los crio con tanto amor que el hermano mayor donó al más joven un riñón, para que tuviera una vida larga y buena como la suya.

Estos valores ha sembrado Carlos. Las personas que se tropiezan en su camino no pueden menos que sentir respeto por el buen juez que fue acreedor del Mérito Judicial.

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