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Impartir justicia constituye una alta responsabilidad, pero hacerlo en Cuba, donde la aspiración de realización de la justicia es una de las claves de la nación, supone un ejercicio constante de crecimiento profesional, renovación y creatividad, en función de la efectiva materialización de los derechos y garantías de las personas; presupuesto, sin duda, de una justicia reconocible como «de calidad». Tal resultado no sería posible sin el aporte de los jóvenes jueces que, cotidianamente, enaltecen el quehacer judicial.
Y es que ellos asumen roles diversos, todos de gran complejidad, con el desenfado, la osadía y el ímpetu de su mocedad, pero también con elevadas dosis de compromiso y motivación, que les precipitan en una madurez anticipada, no surgida de la experiencia propia, sino de vivir mediante las vidas de otros, y decidir con acierto sobre hijos, sin haber sido aún madres y padres; sobre bienes, sin haber sido dueños más que de sí mismos; sobre los destinos ajenos, sin haber estado en esas pieles.
Los jóvenes han demostrado que no hay razón para el escepticismo. De hecho, aunque antaño la facultad de juzgar se confiaba a los ancianos, considerados los más prudentes dentro de un conglomerado social y, por ello, autorizados para decidir sobre los asuntos de los demás, tendencia que aún persiste en muchas latitudes, la experiencia cubana confirma la conveniencia de la renovación con savia fresca, no solo como garantía de continuidad, sino por ser precisa a la justicia patria esa pureza, ese arrojo, ese aire nuevo que los jóvenes portan.
Es cierto que la función judicial presupone, quizás como ninguna otra, el ejercicio de la prudencia, la ponderación, el criterio propio, la mesura y la razón, que se adquieren, más que con los años, con el entrenamiento, pero también demanda de la continua actualiza-ción, la apertura a nuevas realidades, el crecimiento intelectual. Al juez, y sobre todo al juez cubano, no le basta la preparación técnico-profesional; ha de ser, al unísono, un perpetuo conocedor de su entorno; para ello, tiene que preservarse intelectualmente joven.
Los muchos jóvenes jueces que hoy pueden ser encontrados en los tribunales de todo el país, algunos de ellos desempeñando también funciones de dirección, tienen a su disposición un amplio arsenal de medios dirigidos a garantizarles una preparación integral y sólida, nutrida de los avances científico-jurídicos y de la experticia y el acom-pañamiento de jueces de reconocida trayectoria, que permanentemente les aconsejan e instruyen, generándose así una sinergia generacional que es fuente de recíprocos beneficios. De este modo, se afrontan y superan los desafíos de la impartición de justicia de nuestro tiempo.