Plácido Batista: una vida dedicada a la administración de justicia

Plácido Batista Veranes siempre lo supo, iba a estudiar Derecho y convertirse en juez. Quizás fue por su padre, combatiente del Segundo Frente del Ejército Rebelde, que siempre soñó con ser abogado, o a lo mejor las ansias de justicia le vienen de antes, de un bisabuelo mambí que combatió en las guerras de independencia.
El hoy presidente de la de Sala de los Delitos Contra la Seguridad del Estado del Tribunal Supremo Popular, cuenta que su progenitor era un comerciante de Santiago de Cuba, que se hizo revolucionario en una manifestación donde los esbirros de la tiranía lo agredieron. Ese día todo cambió, se alzó a finales de 1957.
"Llegó el momento en que mi mamá, y toda la familia, lo dábamos por muerto, nos enteramos que estaba vivo cuando triunfó la Revolución y se apareció en la casa", dice.
Si algo caracteriza al magistrado, que aunque no los aparenta, está próximo a cumplir 70 años, es su exigencia en el trabajo. Sus compañeros reconocen que nunca pide a los demás, algo que él mismo no sea capaz de cumplir antes.
Puedo decir, afirma, que por lo general intento ser así, tengo la obligación moral de enseñarles a mis jueces disciplina y coherencia en el actuar.
Para él, en un juez es esencial el sentido de equidad y justicia. Hay que aprender, continúa, a no avasallar a nadie y comprender que quien tiene un problema es un ser humano.
Esto último y el estudio son constantes en la vida del santiaguero reconvertido en capitalino y amante del equipo Industriales.
El Tribunal Municipal de Marianao lo acogió en su primera responsabilidad laboral, donde se desempeñó, nada menos, que como presidente de ese órgano. Batista Veranes comenta que fue una etapa compleja como consecuencia de situaciones estructurales y reorganizaciones en el sistema judicial.
"Cuando llegué había un cúmulo de trabajo que sacamos, finalmente, después de cinco años y por lo que mis compañeros y yo fuimos reconocidos”.
Al magistrado lo delata su extrema humildad, si se le pregunta por los casos de mayor complejidad en los que ha participado en casi medio siglo de carrera, habla apresurado y resta importancia a su protagonismo en su juzgamiento. Por sus cualidades, ha sido seleccionado para presidir o integrar tribunales en casos connotados de delitos graves, en los que Cuba mantiene tolerancia cero, tales como terrorismo y tráfico de drogas.
En la década del 90 participó en los procesos penales del secuestro de la lancha Baraguá por un grupo de contrarrevolucionarios que pretendían huir hacia Estados Unidos y, en 1997, en el enjuiciamiento del terrorista Francisco Antonio Chávez Abarca, quien colocó bombas en el hotel Copacabana y causó la muerte del turista italiano Fabio Di Celmo.
Se considera fidelista y recuerda emocionado momentos donde estuvo cerca del Comandante en Jefe. Rememora, en especial, un acto en el Palacio de la Revolución donde le fue otorgado un reconocimiento por ser cuadro destacado del Estado.
"Ahí fue cuando tuve el honor de estrechar la mano de Fidel. Me habían dicho que al Comandante no le gustaba que le apretaran la mano y, cuando me llega el momento, le doy la mano con energía, pero no aprieto mucho. Entonces él se acerca y me dice algo, solo entendí la palabra enérgico. Yo me imagino que Fidel me haya dicho que aplicara la justicia con energía, o algo así. Después todos los compañeros me preguntaban qué me había dicho el Comandante".
Otra de las pasiones del juez es el deporte. Hace ejercicio a diario y dentro del sector recuerdan que fue el lanzador estelar del Tribunal Provincial Popular de La Habana en los juegos de softbol contra otros organismos.
"Eso se dice y no se cree. Era el Periodo Especial y nosotros íbamos en bicicleta todas las tardes a entrenar después de trabajar y jugábamos los fines de semana”.
Batista Veranes se levanta todos los días a las tres de la mañana en su casa en Santiago de las Vegas y a las cinco entra en el Supremo. Estudia, termina algunos recursos de casación y ya a las ocho, cuando la vorágine en el edificio empieza, Plácido lleva buena parte del trabajo adelantado.
Lector voraz, el presidente de la Sala de los Delitos Contra la Seguridad del Estado no tiene a la vista reconocimiento alguno en su oficina. En cambio, varias decenas de libros sobre Derecho, Historia de Cuba y biografías, acompañan la estancia.
Con su esposa, con la que lleva 43 años, tiene dos hijas, y si bien ninguna siguió sus pasos, supo inculcarles, expresa, el sentido de la justicia y estuvo siempre presente a pesar de sus múltiples obligaciones y sus tareas como militante del Partido y delegado a la Asamblea Municipal del Poder Popular por el municipio Boyeros durante tres mandatos.
Sobre cómo definiría su carrera, Plácido no lo piensa dos veces. "De trabajo y dedicación a la administración de justicia y seguro de haber sido honesto en el cumplimiento de la profesión, con mis padres y mi familia".