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Apenas un año y unos meses después de su inauguración, el otrora Palacio de Justicia de la ciudad de Santiago de Cuba, actual sede del Tribunal Provincial Popular, se volvió escenario de uno de los hechos más trascendentales que condicionaría, sin duda, el inicio del fin de la época republicana.
La cercanía geográfica a la entonces segunda fortaleza militar más importante del país, su estilo arquitectónico de tipo monumental y su objeto social en sí, convirtieron a este majestuoso sitio en un protagonista más de los sucesos desencadenados el 26 de julio de 1953. Transitar hoy por sus pasillos es un privilegio no desconocido para quienes laboran allí.
La historia insiste caprichosa en no permitir olvidos. Su nombramiento como Monumento Nacional, hace más de 20 años, ha acentuado esa relevancia que mantiene para los cubanos y, en especial, para los santiagueros. Y aunque hemos avanzado en el tiempo, estando aquí puedes descubrirte insólitamente siendo parte del pasado.
Sesenta y ocho años han transcurrido ya de uno de los sucesos más notorios en la biografía de la institución; después del asalto al Moncada, el 21 de septiembre de 1953, se daba inicio a la conocida Causa 37, radicada entonces por el Tribunal de Urgencia, a cargo de casos de tipo político, a juicio de algunos, la más trascendente querella legal de nuestra historia.
En su artículo «El juicio por los sucesos del cuartel Moncada», la periodista Marta Rojas, quien vivió de cerca los acontecimientos, en algún momento de su relato narra:
Al amanecer del lunes 21 un recio cordón de unidades blindadas cerró el paso de la avenida Garzón a la Carretera Central, esquina donde está enclavado el majestuoso Palacio; otro cordón interrumpió el acceso a la Carretera Central por la Avenida de Las Enfermeras; un tercer cordón circular impedía toda comunicación, hacia la Avenida de Los Libertadores, de las calles que desembocan a la Rotonda de Martí y Sueño.
Alrededor de mil soldados portando armas automáticas fueron apostados a lo largo y ambos lados de la vía que conduce a la prisión de Boniato, unos 10 kilómetros de carretera. El alarde de fuerza era imponente.
Más adelante añade:
Ese primer día el pueblo, apostado detrás de la fila de soldados, saludó la caravana con timidez moviendo discretamente las manos o insinuando una sonrisa; pero estuvo presente en todo el curso del viaje hasta el Palacio de Justicia. En los días sucesivos salió el pueblo, hasta el mismo medio de la carretera portando banderas cubanas y pencas de guano.
Una fotografía o dos revelan lo indescriptiblemente tenso del proceso. Se les negó el permiso a los profesionales de perpetuarlo, pero basta recurrir a los crónicas de quienes allí estuvieron o en algún momento han investigado el suceso.
Puedo imaginar el diagonal recorrido del patio que conduce al elevador del sótano que evita las escaleras, lo he transitado; puedo suponer la impaciente espera en la biblioteca, he estado allí y puedo también sentir, hoy, a través de mis pasos, el recorrido después de esa estancia al amplio Salón del Pleno, que en la actualidad es escenario de emotivos y gratos momentos, los he vivido, he estado allí.
En los pasillos de esta institución, en sus columnas, en sus balcones, vibra a diario el recuerdo, la historia. Su existencia nos devuelve a los jóvenes rebeldes de la generación del centenario aún menguados, en pie de lucha, a Fidel encabezando con su liderazgo y conocimientos de abogacía el pleito, despejando dudas y exponiendo la verdad del naciente movimiento.
Este edificio guarda los ecos del bullicio de ese día, ante tanta actitud de agravio y la intransigencia de quienes custodiaban el espacio a punta de metralla, pero también amplifica de forma inigualable lo ocurrido en el Moncada, expone el hecho, se aferra a la sinceridad de los argumentos de un puñado de revolucionarios que logró, finalmente, contra todo pronóstico, cambiar el curso de la historia.
En este Palacio empezó a gestarse el alegato que intentaban acallar, el pueblo empezó a identificar los rostros de los jóvenes insurrectos, se fortaleció la moral de un ideal que luego se diseminó como pólvora en el pueblo. Aquí se vive la historia y se percibe, siempre en presente.
