La justicia: categoría superior de la cultura (parte 1)

Armando Hart Dávalos
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El Dr. Armando Hart Dávalos
Bohemia
Armando Hart
José Martí
socialismo
marxismo

Las aspiraciones socialistas se plantearon en el mundo sobre el fundamento de las reclamaciones de mejoras y transformaciones económicas. Es necesario extraer conclusiones sobre lo que significa la expresión “en última instancia” utilizada por Engels y hallar las más diversas formas de concretarla. Desde luego, las necesidades económicas se hallan siempre presentes, pero ellas operan a través de la conducta individual y social de millones de seres humanos motivados por móviles económicos, es decir, las de carácter espiritual, dándole a esta palabra no una significación  trascendente fuera de la naturaleza, sino como parte misma de esta, porque el hombre es un elemento esencial de la naturaleza y, por tanto, de la realidad objetiva, y la única manera de concretar este vínculo entre lo subjetivo y lo objetivo en el orden político es la denuncia a la inmoralidad y a la corrupción. Esta es la base de cualquier programa político en las coyunturas del mundo actual.

Se comprende que un análisis científico debe ir acompañado del progreso alcanzado por las ciencias sicológicas y culturales. Fue nada menos que el propio Sigmund Feud quien señaló que la categoría primera de la cultura era la justicia, incluso lo destacó con un análisis antropológico. Léase El malestar en la cultura y se hallará, paradójicamente, una explicación que está de acuerdo con el materialismo de Marx. Se confirma la justicia como raíz antropológica de toda aspiración cultural y a la cultura como lo que une, agrupa decide la condición humana.

Una lectura marxista de estas páginas de Freud nos permite entender los orígenes antropológicos de la lucha de clases. Todos podríamos reconocer que el reclamo de superar la explotación del hombre por el hombre es el primer y fundamental interés, consciente o inconsciente, de la inmensa mayoría de la humanidad y que está en el corazón de la mejor cultura humanista de la civilización occidental. Aquellos que de una u otra manera rechazan o soslayan tan noble propósito en un grado o en otro, están más cerca de la fiera que todos llevamos dentro —para emplear una expresión martiana.

La aspiración ética incita a la rebelión contra lo injusto, pero ella no será consecuente si no va acompañada de la idea de cambiar la realidad injusta por una justa, es decir, que haga felices e iguales a los seres humanos. Aquí nos encontramos de nuevo con el reconocimiento de que la llamada subjetividad es algo muy real y concreto, se mueve dentro de una cultura en sus infinitas formas de expresarse. Hay en la esencia de todas ellas una noble aspiración a la emancipación humana.

Engels diría: “En el modo de producción capitalista desarrollado nadie sabe dónde acaba la honradez y empieza la estafa”. Los hombres ven hoy de manera bien evidente el capitalismo salvaje del siglo XXI. Han llegado a sus extremos la corrupción, el latrocinio y el derrumbe ético de las sociedades civilizadas. Por muchas denuncias que hagamos al imperialismo, la más efectiva, concreta y profunda es que se trata de un régimen corrompido, inmoral e injusto. Empecemos denunciando esta situación derivada del egoísmo que este sistema alienta.

Las crisis económicas que se presentan como realidad incontrastable a escala internacional, y en especial en diversos países, van íntimamente relacionadas con el debilitamiento moral, el latrocinio, la inmoralidad y las más diversas formas de perversión ética. Así ha sido siempre en la historia. La monarquía francesa del siglo XVIII entró en crisis por factores económico-sociales, pero de modo concreto por la degradación de carácter moral. Hegel decía que en el siglo XVIII había tanta realidad en la monarquía francesa como en la revolución que esa sociedad llevaba dentro. Los que abordan el tema del realismo con superficialidad se olvidan de las necesidades que están en el subsuelo de la realidad y en las exigencias de millones de personas, y de que estas se expresan a través de la quiebra moral. Ellos son los verdaderamente fantasiosos y ajenos a la realidad.

Cuando se le dijo a Martí que no había atmósfera para la revolución, el Apóstol dijo que no hablaba de atmósfera, sino del subsuelo, y para asumir y captar esas formas profundas de lo real en lo social no basta con el razonamiento intelectual, aunque esto es imprescindible, sino que debe ir acompañado de la fantasía del sueño, del amor, o digámoslo en una palabra de la poesía. Esto tiene valor científico, la fantasía y el amor dan aliento a la búsqueda de un mundo nuevo. Ahí es donde se pierden los que se atienen a identificar la realidad con lo que se halla en la superficie.

La inmensa cultura occidental racionalista y científica de los reformistas cubanos del siglo XIX no logró realizar el sueño de una patria como la que concibieron el pensar y el actuar de Céspedes, Agramonte, Maceo y Martí, es decir, la que hoy tenemos. Los independentistas, acusados de irreales, tuvieron más alto realismo histórico que los reformistas que se presentaban con fórmulas formalmente “realistas”. ¿Cuál es la lección intelectual que nos dejaron los reformistas y autonomistas más ilustres? El razonamiento intelectual y científico en Cuba, aunque es indispensable, no basta. Para la cubanía completa y cabal es necesario también querer y soñar con la igualdad social del hombre entendida en su alcance más universal. Ello no se logra exclusivamente con el apoyo de la ciencia, aunque esta es imprescindible. Resultan necesarias también la conciencia, la voluntad y, por tanto, el cultivo de los sentimientos y emociones que tienden a la solidaridad humana. Esto último, aunque resulta infinitamente más difícil de mostrar su realidad, posee fundamentos científicos e influencia en la historia. He ahí el papel de la educación y la cultura.

Con una visión ecuménica y de búsqueda del equilibrio en la vida social José Martí encontró, a partir de la tradición que nos viene de Varela, el camino de un realismo consecuente para la sociedad cubana del siglo XIX. Una conclusión fundamental está en que para alcanzar un nuevo aporte en la historia se requiere exaltar los valores y factores de la superestructura.

Hay dos corrientes fundamentales del pensar occidental. Tal como las vamos a caracterizar, se relacionan con las que en el lenguaje de la filosofía de Marx y Engels se conoce como oposición entre idealismo y materialismo. Pero busquemos una fórmula más comprensible para entender el problema en este tiempo que muchos llaman postmoderno. Esas corrientes son:

  1. La evolución del pensar científico que concluyó en su más alta escala con el pensamiento científico racional y dialéctico. A este respecto, después de Marx y Engels no se ha alcanzado nada más elevado en filosofía, a no ser por aquellos que partieron de sus fundamentos y los enriquecieron.
  2. La tradición del pensamiento utópico que tiene raíces asentadas en las ingenuas ideas religiosas de las primeras etapas de la historia humana y que en la civilización occidental se nutrió inicialmente, y en su ulterior evolución, de lo que conocemos por cristianismo.

Ambas tendencias, necesarias para el desarrollo y estabilidad han venido siendo desvirtuadas y tergiversadas a lo largo de la historia por la acción de los hombres. Unas veces cayendo en el materialismo vulgar y otras en el intento de situarse fuera de la naturaleza ignorando sus potencialidades creativas. Martí hablaba de la necesidad de relacionar la capacidad intelectual del hombre y sus facultades emocionales. Entre ellas está incluida una de las esencias de las aspiraciones del Apóstol. Por esto hablamos, de un lado, del pensamiento filosófico sobre el respeto a lo mejor y más depurado de las ideas científicas, y del otro, lo que se ha llamado pensamiento utópico. Es decir, las esperanzas y posibilidades de realización hacia el mañana.

Una filosofía que se corresponda con los intereses de los pueblos será aquella que articule uno y otro plano partiendo de la idea leninista de que la práctica es la prueba definitiva de la verdad y del principio martiano de procurar la fórmula del amor triunfante.

(Continuará…)

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